Según Daniel Goleman, autor del libro Inteligencia Emocional, las emociones determinan el nivel de rendimiento de que somos capaces, en estado de equilibrio o desequilibrio emocional, así como determinan qué tipo de relación mantendremos con nuestros subordinados (liderazgo), con nuestros superiores (adaptabilidad) o con nuestros pares (trabajo en equipo). Las emociones determinan cómo respondemos, nos comunicamos, nos comportamos y funcionamos en el trabajo y/o la empresa.
La ineptitud emocional de los jefes consume tiempo, genera roces, desalienta la motivación y el compromiso, fomenta la hostilidad y la apatía y, en suma, provoca un menoscabo en el rendimiento laboral de los trabajadores.
De este modo, las fortalezas y debilidades de la competencia emocional de un supervisor pueden medirse, respectivamente, con el pleno aprovechamiento o el mal uso del talento de sus subordinados.
Reconociendo que la Inteligencia Emocional se refiere a la capacidad de reconocer nuestros propios sentimientos, los sentimientos de los demás, motivarnos y manejar adecuadamente las relaciones que sostenemos con los demás y con nosotros mismos; es fundamental entonces que los supervisores aprendan y desarrollen inteligencia emocional.
Considerando que somos seres emocionales eso de que “en los negocios no hay sentimiento” es una falacia, pero si utilizamos la inteligencia emocional podemos controlar esas emociones y no dejar que estas nos controlen a nosotros. Cuando somos capaces de utilizar la inteligencia emocional en las relaciones laborales tendremos equipos de trabajos mas productivos, ambientes de trabajo mas agradables y un liderazgo mas fuerte.